lunes, 27 de abril de 2009

CEUD MILE FAILTE (I)


El verano ha terminado en la isla, aunque aún nos encontremos en agosto. Los pescadores se retiran, cierran las casas de madera y la taberna, y cruzan el mar, a Lochboisdale; la mayoría vive allí. No habrá más merlangos ni cangrejos hasta la siguiente temporada, hasta el siguiente junio de buen tiempo.






Nosotros continuamos aquí. Así lo ha querido Royd, que desafía medio desnudo a la lluvia y al tiempo gris, con los labios apretados mientras corre. no nos iremos hasta que su pierna mejore. Y, mientras tanto, nadie debe molestarle; cuando regrese, nadie debe enterarse de qué le ha mantenido lejos.




No hay nada que hacer, salvo las maletas, y yo ordeno la casa y la desordeno, busco en las alacenas, y luego, temerosa de que él descubra mi impaciencia, coloco todo nuevamente en su sitio. Él, Royd, corre todas las mañanas durante dos horas. En qué se ocupa luego, hasta que regresa, no lo sé.




Royd sabe, Royd se ocupa de su vida, y cuida de la mía. Cuando he terminado de llenar las maletas las vacío con parsimonia y coloco de nuevo la ropa en los armarios. Sacudo el felpudo, Ceud mile failte. Tal vez, dice Royd, yo debiera salir a correr con él; la lluvia menuda, el frío lento que se cuela entre la ropa y la empapa apenas me permite moverme. De vez en cuando me acerco a la ventana. Deshago las maletas. Me siento.




La lesión de Royd, eso aseguraron en Madrid, no es grave. Siempre la misma: la pierna, viciada, cede por idéntico lugar. Por eso Royd conoce su remedio mejor que ningún médico ni entrenador. Sabe cómo manejar la pierna rebelde, y no le asusta el dolor, lo busca, a veces, si cree que eso puede mejorarle. Sea como sea, Royd debe volver a las pistas en la próxima temporada. Sólo eso importa. Al resto, el dolor, la soledad, el verano lluvioso en la isla abandonada, no le presta atención. De vez en cuando, pese a que ya pocas veces me roza, también se vuelve a mí.




Aun así, yo le importo. Más que sus hijos, a quienes hace meses que no ve. Más, por supuesto, que su mujer, a la que ya ni siquiera recuerda. Bajitos, enclenques. Ha sido a mí a quien ha traído a la isla, a la única casa que permanecerá habitada en lo sucesivo, porque los pescadores han partido esta mañana, a la hora a la que Royd ha marchado, cuando le he despertado de su sueño en el sofá, y han dejado sobre el mar unas estelas turbias. A veinte minutos queda Berneray, y el ferri pasa por allí tres veces por semana. Si necesito algo, debo pedirle a Royd que me lleve a Berneray. Encerrados en esa palabra, ferri, está la gente; más al sur, el sol. Royd no quiere ceder, no tolera que su entrenamiento se interrumpa, y yo no sé contradecirle. Me acerco a la ventana y veo cómo el invierno ha llegado ya en agosto. Hasta ahora, durante la mañana el cielo se aclaraba. Durante estos dos meses la lluvia apenas ha aparecido, sólo la niebla, a veces el mar mismo, los dedos insidiosos del mar se han colocado sobre las peñas peladas. No he visto brezo, ni ovejas; así imaginaba yo este lugar, con lagos bordeados de brezo y lana, y prados verdes, y límites de pizarra. Y las gaviotas. No hay brezo. Ni lagos. Apenas unas gaviotas desabridas. Peñas moteadas de mejillones enanos. Algas parduscas que mueren en las orillas.




Durante estos meses, nadie aparte de Royd hablaba conmigo. Cuando yo bajaba a comprar algo a la taberna, señalaba con un dedo las latas. No entiendo lo que dicen; su acento me confunde, y me avergüenzo de mi inglés. Royd se dio cuenta de ello, Royd sabe tantas cosas, y desde entonces, para ahorrarme la vergüenza, él traía las compras, y yo deshago y ordeno maletas, y leo las letras impresas en el felpudo de la puerta, Ceud mile failte. Bienvenidos.




A veces, cuando no sé qué hacer, vuelvo el felpudo del revés, pero cuando Royd regresa encuentra de nuevo su frase de acogida, la comida lista, yo, que le espero, anhelante. Lee la frase. Come. No me roza, Debe vencer el dolor. Las distracciones. La pasión. Sólo eso importa.











... continuará















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