lunes, 30 de mayo de 2011

La suerte o la muerte*

Buenos augurios en una tarde parcialmente nublada y no demasiado cálida en la Plaza de toros de la Real Maestranza en el día de ayer. Cuando el reloj marcó las siete, llevando a gala la puntualidad presente durante toda la temporada, D. Fernando Fernández-Figueroa, dejó caer el pañuelo blanco sobre el balcón de la presidencia dando así comienzo la que se presumía otra gran tarde de toros en Sevilla.

Radiante, como siempre, sonaba la banda de música del Maestro Tejera, mientras se abrían las puertas que daban acceso al ruedo a los protagonistas que así iniciaban el paseíllo y, por primera vez, los aplausos del respetable envolvían la plaza creando el ambiente propicio para el disfrute de los presentes.

Pasado el minuto de silencio en memoria del ganadero Luis Núñez Moreno, el novillero mejicano Sergio Flores, al que se podía ver por primera vez en la capital de Andalucía, sintiose perfectamente arropado por sus compatriotas, familiares quizás, que dejaban ver varias banderas de su país a lo largo de la plaza.

Los compañeros de cartel del espada sudamericano pasaron sin pena ni gloria en los dos primeros toros de la tarde, y con el tercero llegaron los mejores momentos de la corrida. Tras algún pase cuyo nombre desconozco –perdón por mi incultura taurina- sonaron el pasodoble Manolete y una sucesión de olés y cálidos aplausos. Finalmente, el novillero no falló con la espada y consecuencia de las peticiones del público que de inmediato se puso en pie y deslizó por el aire numerosos pañuelos blancos, obtuvo el premio más deseado: una oreja. Explosión de júbilo en la plaza, especialmente alrededor de las banderas de Mejico. Vuelta al ruedo de Sergio Flores envuelto con una de estas banderas sobre los hombros y con extrema felicidad reflejada en su cara. Sin duda alguna, esta era su tarde.

De nuevo una actuación más que discreta del sevillano Martín Núñez en el cuarto toro y con el quinto, segundo del lote de Miguel Giménez, llegó lo que nadie esperábamos. Crecido por su actuación anterior, Sergio Flores se dispuso a hacer el quite. Un par de pases también muy aplaudidos por el público, pero cuando se disponía a hacer el tercero, Lagartijo, un novillo de 465kg. de la ganadería de Salvador Guardiola, característico por su facilidad para saltar y que llamó la atención de todos por sus marcas blancas en la parte de debajo de las patas que bien parecían calcetines, impactó directamente en el cuerpo del torero, con la mala suerte de que el capote le cayó encima y el astado se ensañó con él. Banderilleros, demás espadas y todo el que pudo, saltó a la plaza para llevar a Flores, ya inconsciente, en brazos a la enfermería.

Conmoción en la plaza mientras continuaba la lidia de Lagartijo. Cerca de donde yo estaba alguien creía haber visto sangre en el cuello del novillero. Mucha gente sintonizaba la radio en busca de noticias con la más que vaga esperanza de que el herido estuviera bien.

Nervios en torno a la puerta de la enfermería, donde no paraban de entrar y salir apoderaos, miembros de la cuadrilla del mejicano, etc. El respetable observaba tímidamente la faena de Miguel Gimenez con la mente en otro sitio. Unos en la enfermería, otros en la radio, incluso otros pensando ya en la fatal noticia reflejada en los periódicos del día siguiente. Era una verdadera lástima que la que iba a ser la gloriosa tarde de un novillero sudamericano a la conquista de la ciudad hispalense, terminara de esta manera.

Pero en este caso no fue la muerte sino la suerte la que vino a ver a Sergio Flores y mientras el valenciano Giménez intentaba acabar con la vida de Lagartijo, descabello en mano, un atronador aplauso anunciaba el milagro. En compañía de uno de los doctores, aunque no sin síntomas de aturdimiento, el mejicano volvía al pasillo de la plaza por su propio pie.

Estaba bien, de hecho lidió con más ganas que nunca al último toro de la tarde. Otra buena faena para el recuerdo. No estuvo acertado esta vez con la espada y eso le privó de un premio mayor, pero el diestro pudo escuchar una ovación que seguro, fue más importante para él que la que recibió tras la oreja del primer toro de su lote, incluso más importante que si hubiera salido por la puerta grande.

Sergio Flores, con apenas veinte años triunfó en la Maestranza, se ganó el cariño del respetable y, sobre todo, triunfó sobre la muerte. Una tarde para el recuerdo.

*La suerte o la muerte, es el título de una obra literaria en la que el académico Gerardo Diego dedicó unos poemas de inestimable valor al desaparecido Manuel Rodríguez Sánchez Manolete.

2 comentarios:

  1. Una vez leído por fin tu texto con la debida atención y calma, procedo a decirte que, expresado de tal forma, hasta para un absoluto desconocedor de las artes taurinas, a las cuales respeto sin simpatizar con ellas, me ha parecido el resumen de una gran tarde. Me alegra ante todo verte disfrutar con ello, que a fin de cuentas es lo único que justifica, cuestión económica aparte, el levantarse cada nuevo día.

    Un abrazo desde la caldera oriental andaluza y a seguir escribiendo.

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  2. Holaaaa, pasaba por aquí a ver si habías vuelto a escribir.. tu público espera con ansias la historia de porque tocas el trombón!!

    Un saludooo

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